La etapa de 0 a 3 años constituye un momento fundamental en la vida del niño/a. Se dan en ellos conquistas evolutivas tan vertiginosas como no ocurrirán, posteriormente, a lo largo de su ciclo vital. De estar postrado en una cunita a caminar, correr, saltar; de no emitir nada más que sonidos a acceder a la función simbólica y al lenguaje; de no distinguir más allá que la satisfacción inmediata de las necesidades biológicas al descubrimiento de su identidad y la de los otros; de tener pañales a controlar los esfínteres, etc.
Por otra parte, estas primeras edades están caracterizadas por una especial sensibilidad para el aprendizaje. La velocidad de integración de estímulos y su vertebración significativa es tan rápida y eficaz que no deja de sorprendernos (decimos que los niños/as son como esponjas). Lo curioso es que además les resulta fácil aprender. Vehiculizado por el juego y por la guía del adulto, el niño absorbe con naturalidad y espontaneidad el mundo que le rodea en la que las experiencias llegan a constituir “arquitectura neuronal”.
La Escuela Infantiles son el primer encuentro que el niño y niña tienen con la Institución Educativa. Una buena experiencia en este contexto puede determinar una percepción de la escuela y posteriormente el colegio como un lugar agradable y estimulante donde aprender sea divertido. Para ello, la Escuela Infantil debe ser un lugar cálido, confortable y seguro donde los niños/as puedan sentir seguridad y estabilidad emocional e incorporarla para posteriormente acceder a los contenidos educativos.
Es, en estas cortas edades, cuando el papel de los padres y madres es más vital que nunca. Ellos son las palabras, los intérpretes de las emociones y necesidades de sus hijos. Un trabajo bien coordinado y fluido entre Escuela y padres permitirá que los aprendizajes y la vida de los niños tanto en las Escuelas como en sus familias sean emocionalmente eficaces y positivos.